Queridos hermanos:
Os doy mi cordial
bienvenida, junto a los responsables del dicasterio misionero, guiados por el
cardenal Fernando Filoni, a quien agradezco sus palabras que introdujeron
nuestro encuentro. Deseo que este seminario de actualización sea fructuoso para
cada uno tanto espiritual como pastoralmente. Vosotros habéis respondido con fe
y generosidad a la llamada del Señor, que os ha elegido para ser pastores de su
rebaño. No os dejaistes asustar por las dificultades y los desafíos del mundo
actual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52-75), que hacen
hoy aún más ardua la misión de los obispos, pero habéis puesto vuestra
confianza en el Señor, a imitación de los primeros discípulos y de san Pedro,
quien exclamó: «¡Por tu palabra, echaré las redes!» (Lc 5, 5). También vosotros estáis
llamados, con todos los pastores de la Iglesia, a poner en la base de vuestra
misión la Palabra de Jesús, para dar esperanza al mundo.
Durante estas dos
semanas habéis visto las diversas dimensiones de la vida y del ministerio
episcopal, que responden a la misión fundamental de la Iglesia: anunciar el
Evangelio. Como puse de relieve en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, se advierte hoy la
imperiosa necesidad de una conversión misionera (cf. 19-49); una conversión que
respecta a cada bautizado y a cada parroquia, pero que naturalmente los
pastores están llamados a vivir y testimoniar en primer lugar, en cuanto guías
de la Iglesia particular. Por lo tanto, os aliento a ordenar vuestra vida y vuestro
ministerio episcopal hacia esta transformación misionera que interpela hoy al
Pueblo de Dios.
En el centro de esta
conversión misionera de la Iglesia está el servicio a la humanidad, a imitación
de su Señor que lavó los pies a sus discípulos. La Iglesia, en cuanto comunidad
evangelizadora, está llamada a crecer en la proximidad, a acortar las
distancias, a abajarse hasta la humillación si es necesario y asumir la vida
humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). En esta
perspectiva, el Concilio Vaticano II, al tratar de la obligación del obispo
como guía de la familia de Dios, destaca que los obispos en el ejercicio de su
ministerio de padres y pastores en medio de sus fieles deben comportarse como
«quienes sirven», teniendo siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor,
que vino no para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos (cf.
Exhort. ap. postsin. Pastores
gregis,
16 de octubre de 2003, 42). Un ejemplo luminoso de este servicio pastoral son
los santos mártires coreanos, Andrés Kim Taegŏn, sacerdote, Pablo Chŏng Hasang
y compañeros, cuya memoria litúrgica celebramos precisamente hoy. Anclados en
Cristo, Buen Pastor, no dudaron en dar la propia sangre por el Evangelio, del
que eran fieles dispensadores y testigos heroicos.
La Iglesia tiene
necesidad de pastores, es decir servidores, de obispos que saben ponerse de
rodillas ante los demás para lavar sus pies. Pastores cercanos a la gente,
padres y hermanos mansos, pacientes y misericordiosos; que aman la pobreza, ya
como libertad para el Señor, ya como sencillez y austeridad de vida. Vosotros
estáis llamados a vigilar incesantemente el rebaño encomendado a vosotros, para
mantenerlo unido y fiel al Evangelio y a la Iglesia. Esforzaos por dar un
auténtico impulso misionero a vuestras comunidades diocesanas, para que crezcan
cada vez más con nuevos miembros, gracias a vuestro testimonio de vida y a
vuestro ministerio episcopal realizado como servicio al Pueblo de Dios. Sed
cercanos a vuestros sacerdotes, atended la vida religiosa, amad a los pobres.
Mientras me dirijo a
vosotros, no puedo dejar de ir con mi pensamiento a los hermanos que, por
distintas razones, no están aquí con nosotros. A todos envío un saludo fraterno
y de bendición. Cómo quisiera, por ejemplo, que los obispos chinos
recientemente ordenados en estos años estuvieran presentes en el encuentro de
hoy. Sin embargo, en lo hondo del corazón, deseo que ese día no esté lejos.
Quisiera asegurarles no sólo la mía y nuestra solidaridad, sino también la del
episcopado mundial para que, en la fe común, sientan que, si a veces pueden
tener la impresión de estar solos, más fuerte es la certeza de que sus
sufrimientos traerán frutos —¡y gran fruto!— por el bien de sus fieles, de sus
conciudadanos y de toda la Iglesia.
Queridos hermanos,
estamos viviendo un tiempo de camino sinodal sobre la familia. Mientras confío
también a vuestras oraciones la próxima asamblea del Sínodo, me gustaría
destacar con vosotros que las familias están en la base de la obra
evangelizadora, con su misión educativa y con la participación activa a la vida
de las comunidades parroquiales. Os aliento a promover la pastoral familiar, a
fin de que las familias, acompañadas y formadas, puedan dar siempre mejor su
aportación a la vida de la Iglesia y de la sociedad. Que la Virgen María,
Estrella de la Evangelización, os acompañe con su ternura maternal. Sobre todos
vosotros y sobre vuestras diócesis, invoco la bendición del Señor.
Sala Clementina
Sábado 20 de septiembre de 2014
Sábado 20 de septiembre de 2014